Image by Tony Gálvez via Flickr
Por AIPLa Habana, agosto de 2009
La quinta generación de cubanos nacida después del evento revolucionario que asegurara el poder a Fidel Castro, parece decidida, al contrario de sus antecesoras, a no abandonar el país.
Jóvenes profesionales, estudiantes universitarios y de institutos tecnológicos han ido ganando espacios cada vez más y han sido remisos a la colaboración incondicional con el régimen castrista.
La gran mayoría pertenece a la llamada economía informal, con la que libran su sustento sin estar atados a centros de trabajo o institución dependiente del gobierno, por lo que escapan a la acción de los sindicatos, el Partido y otras organizaciones similares.
Suele vérseles en festivales culturales -ballet, música, cine, ferias del libro-; deportivos -Liga Nacional de Béisbol, partidos de fútbol, baloncesto, volibol. En grupos ocupan la calle G, caminan por La Rampa o la Plaza Vieja; se atreven con restaurantes de lujo a los que acuden con su moneda nacional para desesperación de los recaudadores de divisas. Asisten a exposiciones y también a las iglesias donde participan en sus coros; realizan trabajos comunitarios con gran desinterés, de manera espontánea, sin compromisos oficiales.
Estos chicos y chicas de ahora, los nuevos cubanos, que no “el hombre nuevo” que preconizara la Revolución, son ambiciosos a más no poder, altamente competitivos, detestan cordialmente los “logros alcanzados” por sus progenitores, les fastidia la pobreza -material, espiritual-, y con inteligencia, perseverancia y amor pretenden cambiar -y cambian- cada vez más el opresivo panorama social de la nación.
Atentos a las ajenas y amargas experiencias de los exiliados no parecen querer repetir la aventura del quedarse afuera pero si sueñan con viajar. Y volver. En fin, que nadie se va, por ahora. No es moda, pero marca la diferencia.