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Por Ernesto Menéndez[Publicado por la agencia de noticias Lapiz y Nube; cedido por su corresponsal a Cuba Fake News]
La señora Clinton lanzó una carcajada casi indescifrable. Era su manera de disimular que nunca antes había oído hablar de Juanes y -como tenía muchísimo trabajo- esperaba librarse lo antes posible de la inoportuna visita. Es por eso que la entrevista fue breve. La dama escuchó sólo el preámbulo a los elogios que el cantante había memorizado en su camino a la White House y, casi con brusquedad,le anticipó que la idea del concierto le parecía maravillosa. Le dio un abrazo y antes de despedirse volvió a mostrarle su dentadura impecable y amarillenta.
El problema comenzó cuando Juanes se comunicó con las autoridades cubanas. El gobierno de la isla, temeroso de que un concierto tan multitudinario concluyera en un incontenible amotinamiento popular, rechazó la iniciativa de que un músico radicado en la Florida fuese a tocar en la Plaza de la Revolución. El Ministro de Cultura, un poco más cauteloso, le ofreció la variante de hacer el concierto en otras localidades. Pero Juanes, que bajo ningún concepto podía aceptar la propuesta de cantar en el teatro Mella o en la Casa del Joven Creador, siguió en sus trece. Fue por todas partes diciendo que sólo deseaba llevar su mensaje de paz al pueblo cubano y que nada más ajeno a su voluntad que inmiscuirse en la política.
En vistas de que el cantante salía con demasiada frecuencia en los periódicos extranjeros, el Granma publicó unas reflexiones sobre el calentamiento global. Incidentalmente se citaba un cable de la agencia EFE que revelaba las conexiones del músico colombiano con la “mafia cubana”. El párrafo terminaba con un rotundo “aquí nunca habrá espacio para artistas al servicio del imperio”. Con su habitual falta de gracia, Silvio Rodríguez declaró que Juanes haría mejor en dar su concierto por la paz frente al Capitolio de Washington y Amaury Pérez exhibió su acartonada sonrisita, después de preguntarse si había alguna guerra en Cuba.
Los bloggers se movilizaron de inmediato. En un principio hubo algunos desacuerdos sobre cómo dirigir las manifestaciones; pero al final se redactó una formidable carta de protesta y se recogieron centenares de firmas. Los bloggers exigían en que se les permitiese a los cubanos escuchar al cantautor colombiano, mientras denunciaban el cinismo de los hermanos Castro a la hora de hablar de paz en la isla, precisamente cuando había decenas de personas encarceladas por motivos políticos, y cuando ni siquiera se respetaban las libertades más elementales. Zoé, tan diligente como siempre, le escribió una misiva a su amigo Miguel Bosé. Lo instaba a solidarizarse con el pueblo cubano y con el cantante colombiano. Hubo alguien que se le ocurrió decir que Juanes era un ingenuo con eso de ir a cantar por la paz; pero enseguida saltaron muchos otros para celebrar la osadía de llevar un mensaje de libertad ni más ni menos que a la Plaza de la Revolución.
Finalmente, decía algún abuelito en la Calle 8, un artista que comprendía el dolor del exilio.
Así transcurría este microscópico fragmento de “la historia de una isla donde no cesaba nunca el girigay, el brete, la intriga, la mala intención y las ambiciones descomunales; y quien no participaba en aquel tenebroso meneo nacional era de una u otra forma devorado por la maldición de la isla”.